16 septiembre, 2006

 

El loco



Sumergido en su ventana mágica, contempla el escenario de una lucha encarnizada, sintiendo una fuerte melancolía, quizás proveniente de lo más recóndito de su sensibilidad, algo que lo sorprende fuertemente siendo él un ser muy frío, de los que se mantienen siempre distantes de avatares externos, y sin embargo su presente es ajeno y todo aquello sucede frente a sus ojos, que danzan por sobre todo el contexto del valle, con la visibilidad que le otorga el vigilar desde lo alto de la colina, imponente y noble junto a sus hermanas de tierra, pasto y sequía pueblerina, y aún así con respeto indemne, pobladores fieles y viudas de luto eterno, constante llanto y lamento imponente, estremecedor de cualquier noche clara y nutrido alimento de la más pura misoginia, de esas comunes en cualquier noble veneciano que lleva en sus venas el dialecto más romántico, y aún así no consigue conquistar el corazón de estas mujeres tan tristes y lejanas, y se frustra por dentro al no conseguir dispersarlas un segundo del recuerdo de sus esposos, víctimas impolutas de un pasado tortuoso, de una guerra infrahumana librada en el corazón del valle, ingenuo receptor de nuevos lagos, llenos de sangre, y cuerpos que no serán abono para sus tierras, sino de un lugar pagado por el gobierno de turno.

Las armas se disparan, raudamente, y él desea gritar que se detengan pero no puede, la impotencia lo acecha, lo comprime, lo defenestra, y se ve obligado a mantener el más mortuorio silencio, dejar que todo transcurra y las almas se pierdan y prostituyan en un combate fraudulento, en el que el veneciano bebe un café irlandés mientras consume literatura alemana, todo para que al final las balas decidan los límites del mundo, sus ríos y cordilleras, valles, colinas, viudas y sequías, y no dejando espacio para el errante que yace en los rincones del suburbio, ni para el hombre que decide observar a la distancia lo irremediable de las cosas, y solo deja que los subordinados a su visión yazcan derrotados por la política infame, sin siquiera arrojarles un brazo de ayuda, ni señalar con el dedo aquel que elige la traición, como advertencia, como figura, como paciencia...

Tanto llorar entonces lo convierte en un ser alado, que se arroja de la colina y mira a través de sus lágrimas, tornasol en el día de quietud, y desde allí ve las más duras alucinaciones, tormentos, caprichos y desidias, que llevan casco, nombre y apellido, siendo tan vulgares como el apetito consumista, como el policía duro y firme, que acepta al fin un soborno y disfruta el doloroso placer de corromperse, así es como flaquean al apretar el gatillo, que dará muerte a otros que tienen símiles ideales aunque en espejo, en contraposición estúpida, al nivel de cualquier bomba que llueve y aniquila esplendor animal.

Siente que es el momento de actuar, pero el viento lo empuja al occidente, lo aleja y lo punza en sus extremidades, ya que no es el tiempo de hacer sino de espectar, de comprender el significado de cada pincelada, la impresión de aquel terreno una vez yermo, en un pasado incierto, y un futuro en blanco, ahora prueba de un sentimiento tan profundo como el suyo, como el que creyó no entender, el que nunca demostró, el que lo llevó a sentirse débil por aquella batalla interna que no pudo evitar.

La realidad lo azota. El reloj lo condena.

Quita los ojos del cuadro, fingiendo desconocer la angustia que lo asfixia.

Quizás por haber sentido, durante un instante, la agonía de otro ser humano.



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Aclaración: La palabra "loco", en el latín, remite a "lugar"... Es decir, alguien que está loco sería alguien que está "en otro lugar" o "en el lugar de otro".
El cuadro es obra del pintor Jorquera.

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# Posteado por Morton 2:11 a. m.
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