28 mayo, 2006

 

Nada



Carl seguía tecleando como si nada.
Seguía tecleando. Seguía tecleando. Seguía, seguía, seguía, seguía tecleando. Seguía tecleando.

Él sabía que la nada continuaba dominando los lares. ¿Pero para qué contradecirla? Si después de todo... ella parecía ser más sabia.

El listado de artículos estuvo terminado en cuanto agregó la descripción del último ítem.
En otro archivo de texto ocultaba una antigua lista de heridas, tranquilo de que nadie jamás tendría acceso a ella. Bajo contraseña. Nada dicho.

Cerró carpetas. Cerró, cerró, cerró, cerró, cerró carpetas.
Cerró carpetas.

Como pan que no se vende, ni nada, Carl continuaba sintiendo la soledad del infinito negativo, aquella que en ecuación le brindaba resultados inertes. Sostenía su cabeza tres horas al día, por miedo a que el viento se la arranque. Vientos de cambio.

Los aires atraviesan su pecho perforado y vacío. No siente nada. Ausencia de corazón delata su prisa.
Corre a la oficina de su jefe. Los legajos caen al suelo, caen al suelo.
Caen al suelo. Caen, caen, caen, caen. Al Suelo. Caen al suelo.

Los levanta, con la cabeza gacha, y nada... Como todos los días, como aquel nacimiento que debió presenciar, en el que dieron lugar a él mismo. Patético auto-espectáculo banal... La paridad es un sueño lejano, el de todo ingenuo empleado de cuarta, aislado en la nada.

Allí, sobre él, más altivo que la nada, estaba de pie su jefe, su superior, el hombre del Falo Solar y ojos de Galaxia.
¿Ya terminaste con las carpetas? Terminaste? Terminaste?
Terminaste con las carpetas? Terminaste, terminaste, terminaste con las carpetas?


Lo de siempre, nada más: “No señor, sí señor, bueno señor, como no señor, usted quiera señor, está bien señor, se lo agradezco señor”.
Pero esta vez, aquella criatura redundante, criatura de la nada, toma una silla y se sienta frente a Karl.

Le preguntó, como quién no quiere la cosa, ni busca nada.
-Háblame de ti... ¿Qué es lo que sientes?
-Me siento un emparedado.- respondió Karl con toda sinceridad-.Escoria. Un subyugo de escarmiento.
-Una mierda, bah...- dijo el Jefe, mientras se ponía de pie y abría de par en par la ventana de su oficina.
La ventana hacia la nada.
-Oye, Karl...
-¿Sí?- preguntó este, mientras se acomodaba las gafas.
Aquel hombre imponente, dueño del poder de mil almas, con sus bolsillos atiborrados de dinero (con él que nunca compró nada), lo observó infame.
-Arrójate... ¿Quieres?
Karl se vio asombrado por la petición.
-Pero señor... aún no terminé mi papeleo.
El pobre empleado comenzó a morder la punta de su bolígrafo. La contraria, la que no escribe nada. Esa punta. En su bolígrafo.
Morder. Morder bolígrafo. Morder, morder, morder, morder.
Morder bolígrafo.

-Ya basta, Karl… Harás que me enoje, y si eso sucede...- susurró su Jefe mientras se quitaba la corbata-.
-¡No, la corbata no!- exclamó Karl, desesperado-. ¡Todo menos eso!
El Jefe detuvo su movimiento. No hizo nada. Luego dirigió su mirada a la ventana. Volteó y observó a Karl, pudrirse en su propia mediocridad. Le hizo un guiño. Con el ojo izquierdo.
El ínfimo hombre de gafas tomó carrera, y saltó, abrazado a su legajo.
Abrazado, saltó. Saltó, saltó, saltó. Tomo carrera y saltó.

El oficio divino del buen empleado. Nada peor que eso.

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# Posteado por Morton 6:27 p. m.
Comentarios:
Excelente. Me ha encantado. Una pregunta: ¿Es parte del relato que Carl pase de Carl con ce a Karl con ka?--

Lo demás. Groso. Le has pegado otra vez al tema que me encanta. La locura inocente y las vidas aburridas--
 
Gracias! :)

No, no es parte del relato, es un mero error mio de tipografia :(
 
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