25 mayo, 2006

 

I.A.M.H.I.A.



Ante aquel espectáculo infernal, Juan Manuel sucumbe en sus pesadillas.
Cuesta creer que su pasado fue humano, incierto.
Uno lo ve y no imagina que sus manos puedan algo. Indefenso, escabroso, herido.
Han de reunirse a su alrededor para ayudarlo a no ayudar, en su agonía lacónica.

Incierto.


Solo buscaba realizar su labor, para lo que alguna vez fue diseñado. ¿Han sido las manos de su creador tan negligentes? ¿Ha sido el destino tan absurdo, qué lo ha llevado a las irónicas pestes del suburbio?


Absurdo.

Lleva en su brazo el signo amarillo del alquimista impuro. Y la ley lo somete a confesiones drásticas, pero vacías en contenido, ya que él no tiene nada que decir. El miedo que acecha sus días, generado por sus perseguidores, que dicen querer restaurar el orden, pero solo responden a su codicia. Y Juan Manuel huye. Huye hacía el pueblo blanco.

Impuro.


Pero antes de llegar un hombre de barba prominente lo detiene con su puño. A simple vista podría decirse que pertenece al culto secreto más temido de todos. Se retira su sombrero como una de las ceremonias previas a la caza diaria, y un aterrado Juan Manuel suplica por su estúpida vida.
El brillo del arma lo devuelve a la realidad, le informa con el mayor de los pesares que lamentablemente todo acaba allí. Y entonces la acción y consecuencia actúa.

Aterrado.

Su brazo estalla en miles de formas universales de dolor, y un haz de luz atraviesa la frente de aquel que amenazaba con algo que ya no puede controlar.
Ahora él está muerto, y su victima derramando su llanto en el suelo.
Juan Manuel no comprende lo ocurrido, pero sabe en el fondo de su inexistente alma que fue programado para ello.
El Masón ha sido eliminado, y un androide inservible yace en una calle de tierra.

Muerto.

Y a pesar de sus implantes, deben saber aquellos que ahora entran en contacto con él, que se trataba de un simple humano. ¿Quién nos asegura que Dios no es solo uno más de nosotros?
Eso pensó siempre. No lo olvidó en sus últimos segundos de lucidez.
Los hombres robaron sus pertenencias y sus ropas. Y en su espalda el código sentenciaba “23- 1408 -AEM” . Y como si se tratase de una lata de sardinas, todos restaron importancia a sus restos metálicos.
En el fondo sintió el dolor del abandono, de aquellos que una vez creyó sus pares.
Se preguntó si Dios estaba dispuesto a recibirlo.

Humano.

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# Posteado por Morton 12:05 a. m.
Comentarios:
"¿Quién nos asegura que Dios no es solo uno más de nosotros?"- Excelente frase. Wow ya tengo nick XD...

Androides paranoicos, huh?

"Se preguntó si Dios estaba dispuesto a recibirlo."-

Tal vez aveces muchos nos sentimos como androides paranoicos, queriendo pertenecer al normal para que las bendiciones no sean para unos pocos...

Me ha gustado bastante este...
 
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