Sentados en el mostrador de nuestra vida, de cara a la vidriera, vemos como la gente pasa y no advierte nuestra presencia. Pero, de repente, alguien se detiene detrás del vidrio. Podemos ver a esa persona observarnos. Podemos creer que nos está mirando. Y todos los días continúa en su afan de pasar por nuestro lugar, siempre observándonos a través del cristal.
Un día, nos paramos en el umbral a esperar. Cuando aquel ser, que ha robado nuestros pensamientos cada vez que nos observaba, por fin avanza por la senda, repite su rutina. Observa su reflejo, satisfaciendo su ego, y luego continua caminando, pasando frente a nosotros, ignorándonos como si nunca hubiesemos existido. Nosotros, que aún estamos de pie en el umbral de la puerta, en el límite entre la ilusión y la realidad.
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